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domingo, 10 de septiembre de 2017

¡¡¡VIVA EL NIÑO DE LAS SANDALIAS!!!



Venía el prioste abatido, con rostro sombrío, apretando los dientes y los puños, maldiciendo al diablo en latín, sánscrito y arameo. Toda su “sabiduría”, su dedicación y su empeño se derrumbaron de pronto ante la inesperada “tragedia” de que a un candelabro del paso  se le hubiera roto, a traición, un guardabrisas. Grandísima frustración, golpe bajo. Jarro de agua fría en la calurosísima tarde de septiembre.

Iba la Virgen rodeada del fervor de su ciudad, arrastrando a su paso un océano de devoción, llevada por una marea de siglos que siempre está en pleamar, que no conoce el retroceso de la resaca ni sabe de bajamares, influida por la poderosa atracción de esta Luna Llena de Celestiales Reflejos. Renovada plenitud devocional.

Caminaba la Santísima Virgen de la Cinta la tarde de su festividad decidida a saldar una deuda que Ella no había contraído, pero que como Madre benevolente y amorosa que es la quiso hacer suya. Y la Patrona de Huelva que como Reina de todo lo creado  maneja también el tiempo a su antojo, cuando lo ha creído preciso, justo y sobre todo necesario, veinticinco años después,  la Virgen se adentraba en la barriada de la Navidad y se posaba a las puertas de la parroquia de Belén.

Allí, con sus hijos más humildes qué guapa y qué feliz se le veía. Durante la sencillez de una ofrenda de flores y rodeada de salves,  una anciana, sin ningún tipo de rubor, ni pudor y sin el menor respeto humano,  empezó a recitar en voz alta un poema de amor que había compuesto para la Virgen que terminaba con una jubilosa sentencia, con un lapidario ¡¡¡Viva el Niño de las Sandalias!!! Y ¡¡¡Viva la Madre que lo parió!!!

¿Qué tendrá esta imagen del Niño de la Cinta que tanto enamora? ¿Qué tendrá esta imagen del Hijo de Dios desnudo, pero con zapatos puestos, que hace que una anciana que no sabe ni leer ni escribir, dictara con su poema una lección magistral, una tesis doctoral que haría palidecer al mejor teólogo de la mejor academia mariológica que viniese de la mismísima Roma?

Precisamente, ese mismo día por la mañana, en la Solemne Función de la catedral, el sr. Obispo, y no es la primera vez que lo hace, en su homilía se refirió al Niño de la Virgen, a esa entrañable imagen de todo un Dios desnudo, desprovisto de todo, necesitando que el hombre, lo mismo que Juan Antonio el zapatero hacía con los niños necesitados, le honren con el oro de la caridad hacia nuestros semejantes.

La tarde avanzaba y el prioste remiso al gozo del momento por la rotura del candelabro, no se daba cuenta de que la Virgen de la Cinta no se rige por ningún parámetro ni por cánones cofrades, que nada importa ante el fervor de su legión de devotos, ante semejante manifestación de amor hacia nuestra Celestial Patrona; ni el brillo de la plata, ni el número de luces que la alumbre, ni la perfecta y armoniosa disposición de las flores que la adornan y la aroman, ni la belleza de las coplas ofrecidas a su paso, ni el esfuerzo del costalero, todo se diluye, todo lo eclipsa. Es Ella y solo Ella el centro, la razón de todo en esta tarde de emociones sinceras, que fluye mejilla abajo por el rostro de Huelva ante esta imagen que siendo tan chica tiene ese inmenso poder.  

Desde el incidente, la camarista llevaba en sus manos el dichoso guardabrisas desprendido del paso  para dejarlo a buen recaudo en la parroquia de la Barriada de la Navidad. La Virgen llegó a las puertas de la parroquia con una luz menos, pero cuando se marchó la alumbraba otra luz más poderosa, más nítida, más clara, la del fervor de los más humildes y que supo resumir aquella octogenaria analfabeta con el más fino tratado de marianismo popular no aprendido en ninguna academia pontificia que acababa, a voz en grito, con un esclarecedor ¡¡¡Viva el Niño de las Sandalias!!!

 Y el prioste comprendió entonces lo absurdo de su preocupación por la vacuidad de un guardabrisas desprendido, de una luz menos en el paso de la Virgen, cuando es Ella la verdadera luz, que le viene de Quien lleva en brazos, desnudo pero con zapatos puestos.

 Qué absurdo el enfado…¿Será tonto el prioste?...