Powered By Blogger

miércoles, 25 de enero de 2017

EN LOS CARTELES HAN PUESTO UN NOMBRE…



Siempre se ha dicho que, por el mero hecho de serlo, cada español llevamos dentro un presidente del gobierno y un seleccionador nacional de fútbol; y si se es cofrade, también un pregonero. Pero desde ahora, a este patrio currículum, habrá que añadírsele, además, un crítico de arte específico para carteles de Semana Santa. Aunque no hayamos cursado grado alguno en Bellas Artes; aunque no hayamos acabado ni la primaria. Aquí se cuestiona, se opina doctamente y se pone en duda la capacidad artística de los mejores pintores del panorama español. O nos tragamos, bendecimos y exaltamos la mayor mamarrachada que nos pongan por delante. Depende.

Porque aunque muchos no se lo crean, en esto de los carteles anunciadores de la Semana Santa, la belleza es subjetiva. No así la calidad artística que sí se puede medir con parámetros objetivos.

Tan subjetivo es esto de los carteles de Semana Santa, como que lo que a ti te puede parecer una obra de arte, a mí me puede parecer un mojón como un camión. Ya pueda vendérmelo como la maravilla de las maravillas el asesor artístico de turno que como no me entre por los ojos o no lo entienda, no habrá manera.
Y, al mismo tiempo, lo que yo pueda considerar como la más sublime composición ejecutada con la más depurada técnica, a ti te puede parecer una mierda como una estera. O pinchá en un palo. A elegir.

Como afortunadamente el pensamiento único cayó en desuso en mil novecientos setenta y cinco, a la hora de opinar sobre esta cuestión, nos encontramos tres tipos de pareceres bien definidos. A saber: los que, sin titubeos, dicen que les gusta un determinado cartel; los que no tienen criterio propio y espera que algún líder de opinión dicte su veredicto para adherirse inquebrantablemente a su dictamen; y los que abiertamente proclaman en todo su derecho que el cartel no les gusta. Y ya está. Entonces, ¿qué problema hay? Pues el problema surge, querido lector, cuando los que no tienen criterio propio, los de la segunda opción, quieren convencer al resto de la Humanidad de las bondades del cartel con vehemencia de judío converso, queriendo hacer ver, como en el cuento, que el rey va vestido con las más ricas telas, cuando en realidad, va desnudo.

Podríamos también considerar al subgrupo de los que no teniendo ni idea de arte, ni de pintura, arremeten contra la obra de cualquier reputado profesional con gracietas más o menos ocurrentes sobre ella. Es la osadía, o la prepotencia de la ignorancia.

Aunque esto no es nada nuevo. Cuando Nuria Barreda pintó el cartel del Víacrucis del Nazareno, que anunciaba solo eso, un víacrucis (pero qué víacrucis) quiso darle un tratamiento propio, al referirse a un acto cofrade concreto y no a la Semana Santa total, y utilizó únicamente un primer plano de Jesús Nazareno, hubo un “grachiocho”, con “musho” arte, y mucho “ange” que en una tertulia (ejerciendo el legítimo derecho de la libertad de expresión) dijo, públicamente y para congraciarse con los hermanos de su cofradía, que aquello no era un cartel, sino un carnet de identidad. Y fue a decirlo él, el mismo que cuando estaba en el gobierno de su hermandad editó carteles de espanto y consintió algún que otro desastre estético, posterior y felimente corregido y otros en trámite de corrección. Siempre es bueno recordarlo. ¿Tendría valor el tío?

Estoy harto de ir al Museo del Louvre, al De Gaulle, al D’Orssai con los alumnos del colegio en las excursiones a París, y antes de entrar siempre les doy el mismo consejo que me suelo aplicar: Cuando os pongáis delante de un cuadro debéis olvidar todo lo que os hayan dicho, solo sabed si os gusta o no; si os dice algo, o si os deja indiferente. Si te emociona, si te evoca, o no. Y nunca falla.

Y es que ya somos mayorcitos para que nos digan lo que sí o lo que no nos tiene que gustar.

Toda obra realizada con calidad debe tener cabida en los carteles de Semana Santa. La innovación, aportada con honradez, sabiduría y profesionalidad no perjudica, no pone en peligro la estética de las cofradías. Si a lo largo de la historia los cofrades no hubiéramos transgredido el inmovilismo nunca nos hubiera llegado a sorprender el manto de malla de la Macarena, debido a la locura de un Juan Manuel valiente y transgresor; o todavía andarían las dolorosas vestidas exclusivamente de negro y tapadas hasta las cejas; o la tarde del Jueves Santo nunca se hubiera paseado por Sevilla el asombro del palio de los Negritos, de estilo oriental, o tropical , o como quieran llamarlo, pero que siempre será una grandiosa maravilla. O el palio de la Concepción, o el dela Virgen de la Palma… De no haber evolucionado todavía veríamos por aquí los pasos andando ladeados, como caminan los perros, con chicotás muy cortas y, eso sí: muy rápidas.

El tiempo dirá, también para los carteles, qué innovación, qué aportación al arte en las cofradías han sido buenas y qué no; lo que se quedará para siempre y lo que habrá que intentar olvidar como un mal sueño, que ejemplos, por desgracia, hemos tenido a lo largo de la historia.

Los carteles, como los pregones, son también hijos de su tiempo. Salen a la luz, se hablan de ellos durante un tiempo y pasan enseguida al altillo de nuestra memoria, para bajarlo de nuevo alguna vez en el feliz recuerdo o para ignoralos para siempre, igual que no me explico y no sé por qué se tuvieron que perder en la memoria y pasar al cementerio del olvido los carteles fotográficos. Con los excepcionales fotógrafos con que contamos actualmente en Huelva y las técnicas a su disposición tendríamos carteles tan buenos como los pintados para anunciar la Semana Santa, que según dicen, es de lo que se trata. En esto, la alternancia sin reglas fijas de tiempo, tampoco sería descabellado


Decía el recordado Fermín Tello con esa socarronería tan propia de aquella excepcional hornada de cofrades de su época, pocos, pero curtido en mil batallas y a los que no se les iban ni una, a los que cualquierilla se la pegaban, que el problema de la Semana Santa de Huelva era que había muchos “artistas”. Por eso debe ser que todo el mundo, por supuesto que en su pleno derecho, opina de todo. Muchos sin saber de lo que hablan, como yo, que no sé ni lo que digo…
Pero que no nos quieran hacer comulgar con ruedas de molino ni quieran doblegar la opinión, a favor o en contra de un cartel.


Aquí se opina de todo tan alegre y desahogadamente que será por eso que llevo unos días mascullando entre dientes eso de Francisco Alegre y olé, Francisco Alegre y olá engolando la voz, como Juanita Reina… Y es que en los carteles han puesto un nombre que yo no quiero mirar… o que me quiero hartar de mirar. Ya veré yo si eso…¿no?

miércoles, 11 de enero de 2017

EL IMPERIO DE LA MEDIOCRIDAD




Desgraciadamente, el mundo de las cofradías se parece cada vez más al de la política. Y lo mismo que ahora en España se vaticina un fin de ciclo político, en ciertas cofradías parece ocurrir lo mismo.

Algunas de las juntas de gobierno  que actualmente rigen los destinos de nuestras hermandades que surgieron  de la confrontación con otras candidaturas, como en política, van acabando su ciclo, digámoslo suavemente en términos futbolísticos, pidiendo la hora. Esto no es lo que ellos creían. Por más experiencia que tuvieran como integrantes en anteriores juntas, no parece haberles salido bien.

Si conocían, si creían conocer este submundo cofrade; si se encontraron con una economía saneada; si nadie presentó oposición a su labor (seguimos con la política); si contaban con la bendición de sus párrocos o directores espirituales, ¿qué ha fallado?

En su mediocridad se formaron juntas desde el rencor, con oficiales cuyo único mérito y aval era haber estado enfrentado a los que hasta entonces dirigían la hermandad. Destituyeron a personas idóneas de los cargos de confianza por la misma y única razón, sin buscar, en su cortedad de miras , lo mejor para la hermandad, sino la venganza pura y dura. Estas nuevas juntas que se formaron desde el odio más visceral (me duele escribirlo así, pero es lo que siento) a quienes paradójicamente de verdad se habían dedicado con el alma y la vida a sus hermandades. Y los celos, y cierto complejo de inferioridad  se encargaron de hacer el resto: borrar cualquier vestigio  de lo anterior, por muy bueno que fuera, como hacen los políticos cuando llegan al poder. Pero se equivocaron de enemigo. Lo tenían dentro, y no se daban cuenta. Las cofradías están llenas de víctimas del fuego amigo.

Para colmo de sus males, aquellos que les habían jaleado y animado a presentarse, cuando se encontraron con la cruda realidad de dirigir una hermandad, a muchos sin gustarles ni interesarles esto, y se percataron de las intenciones que  verdaderamente animaron a presentar una junta, fueron abandonando el barco. Y se tuvieron que conformar con lo que había, aún perdiendo autoridad, y con la amenaza de dimisiones, cuando no de bronca cada reunión del cabildo de oficiales. Mientras que con la inercia que llevaba de anteriores juntas las hermandades fueron avanzando, no hubo conflictos. Pero en el momento que dependió de la iniciativa de las nuevas, el panorama cambió y llegaron los problemas.

Sigo sin entender qué lleva a algunos cofrades a estar en una junta de gobierno sin saber ni gustarles esto. ¿Relieve social? No lo creo, ¿qué es hoy en la sociedad onubense un hermano mayor? No quiero pensar que unos minutos de pantalla en alguna televisión local, o un pie de foto en algún periódico...¿El orgullo mal entendido? ¿Un sentido mesiánico de salvación de la hermandad que según ellos estaba abocada al desastre?

El trabajo, la dedicación, la entrega abnegada es lo único que debe mover a alguien  a pertenecer a una junta, y a la vista está (no se puede generalizar) que no ha sido así. Y ahora están probando o van a probar de su propia medicina en los procesos de sucesión de los sucesores.

Con todo esto, lo peor es esa masa silenciosa (política pura) que calla y mira para otro lado. Que ve por la calle al anterior hermano mayor y se cambia de acera por no saludarle, cuando antes le tendía alfombra roja y lo halagaba hasta el empalago. Que sabe que lo que antes se hacía con ilusión, con brillo, con preparación, con entendimiento, ahora se hace de cualquier manera, o simplemente no se hace. Calla cuando cambian, no se sabe bien por qué razones, fechas, cultos, actos, que antes tenían el reconocimiento cofrade en general. Que se ha retrocedido en aspectos de la hermandades  que costó años y esfuerzo lograr. Que saben que querer contentar a todos como pago a los favores prestados en las anteriores elecciones, en una hermandad no se puede hacer, a lo mejor en política sí.



Con estas actitudes hemos logrado vulgarizar la celebración. Es el reino de los mediocres. Todo lleva una pátina gris, un color tan poco cofrade que solo luce en los buenos tocados de encajes de Bruselas.

 Ahora muchos se lamentan y claman por la unidad comprendiendo que con su actitud provocaron una incipiente división que cada día se hace más profunda y más difícil de reconciliar. Ojalá se consiguiera y rezo por ello.

No todo el mundo es igual, evidentemente. Y hay quien desde dentro habrá luchado por cambiar esta situación tan anómala, y hubiera querido que las cosa no hubieran sido así. Y llegará  algún momento en el que  habrá que pasar página. Pero hoy por hoy esta es la realidad, al menos la que yo percibo.

Como decía un querido y recordado párroco : “Luego divina”. Si aún  así las cofradías está engastadas en el alma de la ciudad, no cabe duda de que al igual que la Iglesia, de la que forman parte , tienen origen divino, y deben estar bendecidas por Dios. De no ser así ya se hubieran disuelto como la sal en el agua.