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jueves, 31 de marzo de 2016

TAMBORES Y CAMPANAS




Ocurrió en la más profunda hondura de la noche. Solo fueron testigos del momento los privilegiados, los más fieles, los que Nuestro Padre Jesús Nazareno elige y son incondicionales a su llamada, los que caminan junto a Él durante toda la procesión y a los que regaló, a través de la banda de cornetas y tambores de su hermandad, uno de los instantes más emotivos y más denso de sensaciones de toda la Madrugada.

Fue en la Plaza Niña. En el bastidor de la noche el cielo tensaba el terciopelo morado oscuro que ponía palio a toda la plaza en penumbra, hueca de vida, ansiosa de espera. Solo la habitaba el reflejo de una luna de plata que perfilaba de estaño el bronce del monumento a Santa Ángela. Solo llenaba la plaza el silencio, ese silencio que otras devociones reclaman a su paso y que el Señor de la Madrugada no impone, sino que provoca con su sola presencia, sin siseos, sin imposturas, sin que nadie lo pida. Todo callaba. Tan solo murmullos crecientes en la espera según se presentía Su llegada.

A esa hora solo hablaba, y a voz en grito, el torrente de luz dorada , matizada de sueño, que salía por las puertas del convento de las Hermanas de la Cruz y que surgía, místico y potente, del singularmente hermoso monumento eucarístico donde recibía adoración Jesús Sacramentado. Estampa de Semana Santa honda, espesa de siglos y renovada en la fe.

Entre el atrio y el altar de la capilla, pórtico de la Gloria y antesala del Cielo, como un cuadro de Caravaggio, un contraluz, un claroscuro de almas blancas con tocas negras esperaban de noche al Príncipe de la Mañana.

Hay en la calle un rumor marino que avanza, como ola a punto de romper en la orilla, en esta Orilla de Dios, que presagiaba su llegada.

Pero no lo anunciaba ninguna música. Las cornetas callaban.

Anunciaban la cercanía del Señor del Alba un redoble seco de tambores destemplados y el tañido melancólico y lastimero de una campana.

Venía el Nazareno despacio, con paso contenido, solemne, imperceptible casi el movimiento de su túnica, que ni el aire se atrevía a rizar. Iba verdaderamente camino del Gólgota, real, como profetizó Isaías, iba “como cordero llevado hacia la muerte”. Era el Divino Reo camino del cadalso a paso de tambores y campanas. Porque así de fríos sonarían los tambores aquella mañana en Jerusalén y así de tristes sonarían las campanas en el Cielo.

El Amo de la Madrugada está ante el monumento de las Hermanas de la Cruz. Otra vez silencio. Cantan las monjas” Sube El Nazareno, sube el buen Jesús…” Y de nuevo el silencio, todavía más rotundo, más hondo, más espeso.

Tres golpes de llamador nos sacan del ensueño. Como cualquier hombre que sufre, El Señor se levanta y camina de nuevo y va buscando la Esperanza. Su banda camina detrás. Sus componentes son como cirineos del Cirineo, como verónicas con partituras blancas donde queda impreso el verdadero rostro del amor al Nazareno en un pictograma, que no un pentagrama, de notas musicales.

Y llegará la luz del día. Y la banda seguirá desgranando en la mañana del Viernes Santo y sin solución de continuidad, marcha tras marcha, toda su música, toda la música del Señor de Huelva. Irán traduciendo el silencio de todo un año, tarde tras tarde, noche tras noche de ensayos, todo el brillo del sonido de las cornetas y acompasarán con sus tambores el caminar doliente de Cristo cargando la Cruz, hasta que, frisando el mediodía, llegue a las puertas de su casa en la parroquia de la Concepción y se desborde la emoción tras sonar la Marcha Real cuando, gorra de plato al brazo, lágrimas en los ojos, satisfacción en la mirada y cansancio en el cuerpo, la banda vaya entrando en el templo detrás de su paso para dejarlo posado hasta el año que viene.

Seguro que la Banda de Cornetas y Tambores Jesús Nazareno recibirá en ese momento el reconocimiento popular más que merecido con el cálido aplauso del gentío que se agolpa a las puestas de la iglesia. Pero el mío, y el de cuantos estuvimos en la Plaza Niña ya os lo llevasteis de madrugada por el inmenso regalo de una marcha precedidas por aquella inolvidable sinfonía de tambores y campanas sobre un pentagrama de silencios. Porque esa es también la banda sonora de la Madrugada de Jesús Nazareno, es la música de la banda del Señor de Huelva. Nada más y nada menos.

Gracias por tanto, por todo. Y,a todos, un fraternal y afectuoso abrazo.


miércoles, 2 de marzo de 2016

TOCADAS DE MUERTE




La Semana Santa tiene que estar enferma, muy enferma. Aunque aparente buen aspecto bajo el maquillaje de los estrenos, de los bordados, de los dorados, del brillo en la calle, algo debe tener que la está devorando por dentro. Por más que sea la fiesta popular por excelencia; a pesar de que haya lista de espera en muchas cuadrillas de costaleros; por más que las hermandades crezcan en muchos aspectos y tengan presencia y reconocimiento en la sociedad de nuestro tiempo, en su interior, en lo más esencial de su propio ser, las cofradías tal y como las hemos conocido hasta hace poco, están tocadas de muerte.

No puedo llegar a entender que en una hermandad emergente, relativamente joven, y en la que el trabajo de un hermano mayor (al que no tengo el gusto de conocer y le he tenido que poner cara tras la noticia de su dimisión) ha empezado a dar sus frutos, haya tenido que dejar su cargo presionado, según tengo entendido, por un grupo de hermanos descontentos con su labor.

Vista desde fuera, cualquiera (como es mi caso) ha podido ver en estos últimos cuatro años el florecimiento de la hermandad de La Orden.

Ahora que la hermandad del Perdón empezaba a tomar su rumbo, cuando hermandad y barrio empezaban a identificarse; precisamente cuando en su aspecto material se iba abriendo camino y los proyectos ilusionaban tanto a la hermandad como a toda la Semana Santa de Huelva, súbitamente y sin que nadie lo esperara, todo se viene abajo.

Qué habrá llevado a un hermano mayor del que todo el mundo habla bien, que ha demostrado solvencia, discreción en su cargo, cuando aún no se había secado el agua bendita sobre el terciopelo con la que habían rociado en su bendición el primer y más que correcto manto bordado ofrendado a su dolorosa, al finalizar la función principal de instituto se subiera al ambón de la parroquia y anunciara su dimisión.

Me hablan de presiones, de golpes bajos, de acoso incluso a su entorno familiar…No me digan ustedes que no son síntomas inequívocos de enfermedad, de la grave enfermedad que aqueja a las cofradías.

Si es así, si es cierto que esto ha provocado la dimisión del hermano mayor de la hermandad de La Orden, no hace más que corroborar el concepto de hombre de bien que todo el mundo cofrade onubense tiene de este señor, al que, repito, no tengo el honor de conocer. No abundan quienes con el bagaje que este hombre tiene, anteponiendo su dignidad ha dicho, y hecho, eso tan poco frecuente de “ya estoy yo en mi casa”. Y ahí se quedan ustedes.

Contemplando este panorama, cada vez me explico mejor que cueste tanto trabajo formar una junta de gobierno en condiciones. Cada vez veo más claro que una persona honrada, con prestigio personal y profesional no quiera ni a tiros formar parte de una junta de gobierno y menos ser hermano mayor de ninguna hermandad. ¿Qué falta le hace? ¿Qué le puede aportar? ¿Por qué se va a exponer a que una jauría (normalmente de inútiles) lo destroce a la primera de cambio y arrastre su nombre por el fango? ¿Qué necesidad tienen? Y claro, así nos va.

Hoy conceptos como excelencia, abnegación, discreción, no son valorados. Hoy cualquiera acodado en cualquier barra de bar con cuatro descontentos forma un grupo capaz de amargarle la existencia a cualquiera que presida una hermandad, por muy bien que lo esté haciendo. Porque hoy la palabra hermano, en muchos círculos cofrades, no tiene ningún valor. En cambio la prisa por llegar, las revanchas, el oportunismo, la deslealtad son valores en alza.

Así, esta enfermedad poca o ninguna cura puede tener. Y alejados del Evangelio y aplicando a las cofradías los modelos de la sociedad y de la política actuales, que es lo que parece que estamos haciendo, menos todavía.

Para arreglar este desaguisado, para regenerar este mundo tan particular de las cofradías, no habría más remedio que cascar algunos huevos para hacer la tortilla luego. Los mismos huevos necesarios para dar un golpe encima de la mesa y acabar de una bendita vez con esta forma de dañar a las cofradías por los que solo ven en ella una meta para lograr no sé qué fines. Desde luego el del bien de la Semana Santa seguro que no está entre ellos.

Un afectuoso abrazo a los buenos hermanos del Perdón.