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jueves, 26 de enero de 2012

JUGAR A LAS MUÑECAS

No creo que nadie pueda extrañarse ni poner en duda que a lo largo de la historia las cofradías de Sevilla han servido de modelo para las de Huelva. Sea porque hasta hace relativamente poco fuimos una misma diócesis, concretamente hasta el año mil novecientos cincuenta, o sea porque ahora Internet y la A-49 nos lo hayan puesto en bandeja, intentamos (otra cosa es que lo consigamos) que nuestros pasos se parezcan a los de Sevilla y anden como ellos; organizamos cultos y actos como los de ellos; y hasta vestimos a nuestras Vírgenes como las de ellos.

Y es lógico que así sea, pues no puede haber mejor modelo para un cofrade que procure lo mejor para su cofradía que aspirar a la perfección y el esplendor  que alcanza una cofradía sevillana. Y sin que esto deba suponer ni un ápice en la renuncia a la propia personalidad de cada una de nuestras  hermandades y  anteponiendo por encima de todo la devoción a nuestras imágenes, que esto es cosa del corazón y el corazón, en estos casos, no entiende de estéticas ni de estilos cofrades.

No reconocer en Sevilla la principal fuente de donde mana la estética cofrade sería seguir instalado en un provincianismo que ya creo felizmente superado. El aldeanismo es una enfermedad que se cura viajando, viendo, aprendiendo de quienes pueden ampliar tus conocimientos, sea en Sevilla o donde sea; pero reconozcamos que en materia de cofradías Sevilla es adelantada y avanzada punta de lanza. Negarlo sería como si el  enamorado de la pintura universal se negara a ir al museo de El Prado, primera y mejor pinacoteca del Mundo, porque es de Madrid. Pero cuidado, todo lo que nos viene de fuera tampoco tiene porqué ser lo mejor, ni siquiera ser bueno…Ni mucho menos.

En el año mil novecientos ochenta y nueve, el antes  admirado y ahora criticado en ciertos círculos cofrades por considerar sus escritos lacrimógenos y almibarados, el siempre recordado y querido  Rvdo. P. D. Ramón Cué Romano, S.J., al pronunciar el pregón de las Glorias de María, en su brillante alocución advirtió proféticamente uno de los muchos males que empiezan a amenazar a la Semana Santa de Sevilla (otros ya están consolidados). Supo vislumbrar una Semana Santa, la de Sevilla, que empezaba a perder sus auténticos valores. Entrevió la posible banalización de una fiesta religiosa que podría perder precisamente esa acepción, la de religiosa, y quedarse solo en fiesta. Parece increíble que una persona, que además no era de Sevilla, llegara a comprender tan a la perfección el mundo, tan especial, de las cofradías. Vaticinaba una fiesta que paulatinamente se iría desposeyendo de su autenticidad, como hasta entonces, según él, tenía. Dijo hace veintidós años, aquel día de mayo, que “ emerge  una semana santa desprovista del elemento cristiano. Entre unos y otros pueden conseguir que los sevillanos acaben jugando a las muñecas con vírgenes, sayas y coronas”. Evidentemente no se ha llegado todavía a tanto. Pero no cabe duda de que estamos en el camino.

Según el Padre Cué,  empezaban a hacer su aparición por las cofradías quienes solo veían en ellas motivo de fiesta y superficialidad. No me digan que este sacerdote, amén de tener el don de la escritura y  de la palabra, no tenía también el de la profecía. A poco que observemos a nuestro alrededor comprobaremos que esa situación, si no ponemos los medios necesarios, pronto será una rotunda realidad. Si no, echemos un vistazo a la prensa cofrade, a los programas de televisión; agudicemos el oído en las tertulias cofrades, incluso en las mismas casas de hermandad y descubriremos lo que verdaderamente interesa de las cofradías: lo que menos interés debe tener.

Y no salgo de mi asombro cuando leo en ese pregón de las Glorias estos  desasosegantes, pero premonitorios versos:
                             “Quieren enterrar tu espíritu,                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                           
                               quieren montarte otra feria.
                               Se mofan tras las esquinas.
                               Se dan codazos de juerga:
                              Mira a Sevilla, con vírgenes,
                              Cómo juega a las muñecas”.

Y lo peor del caso es que no ha hecho falta que esta, digamos, nueva realidad cofrade nos llegara a paso mudá por la A-49; nosotros solitos hemos sido capaces y capataces de formar en Huelva a cofrades como los que proféticamente predecía el Padre Cué para Sevilla, los que consideran a las cofradías como una asociación “lúdica” de fieles, donde se  emocionan con lo superfluo pero olvidan (o desprecian, e incluso ponen en tela de juicio) su esencia religiosa, que es lo que le debe dar el auténtico y verdadero sentido a su existencia.

En esto sí que nos cabe el dudoso honor de poder compararnos con Sevilla. Con la de cosas que hay donde poder mirarnos, a lo que poder aspirar cofradieramente,  y nos vamos a parecer en esto. Qué pena. 

jueves, 19 de enero de 2012

EL PATRÓN SAN SEBASTIÁN

No soy yo muy “sansebastianero”, no. Y tengo motivos más que sobrados para serlo, pero no lo soy. No es una de mis fiestas preferidas.

Devoción obligada y afecto oficial aparte, la causa de mi desapego puede que tenga alguna explicación. O varias explicaciones. Puede que la primera y más remota sea la coincidencia de ese tiempo en el que empiezas a aprender, cuando empiezas a enamorarte de las cosas, en la infancia, con el momento más agudo de decadencia de las fiestas de San Sebastián.

Me cuentan, si; pero yo no conocí al Santo en San Pedro, ni su procesión llegando al cementerio viejo, ni los huertos en las calles… O al menos no tengo memoria de eso. Los de mi generación sí que podremos recordar una procesión decadente con el Patrón sobre el paso de la hermandad de los Mutilados y Excombatientes, en cuya canastilla las escenas de la Pasión de Cristo, pintadas por Pedro Gómez, eran tapadas con un paño de damasco rojo, y adornado con cuatro jarras de plata, orejudas y lisas como copas de Champions. Y sobre el paso, la imagen de San Sebastián (Mel Ferrer, clavaíto, clavaíto) púdicamente tapado con un paño de pureza que le ponía Pepe Jurado, eterno sacristán de su iglesia. Más celebraba yo ver montar y desarmar la vieja “rampla” gris por lo que suponía de cercanía de la Semana Santa, que la procesión en sí.

En mi memoria me veo la tarde del día de San Sebastián paseando por un barrio ruinoso, oscuro, con una bombilla con pantalla de hojalata por todo alumbrado público suspendida de unos alambres alumbrando tristemente la intersección de las calles “Matrocá”, Nueva y Jesús de la Pasión, como el más digno escenario de una película del muy subvencionado y malísimo cine español que tratara ¿cómo no? del Franquismo, con la impronta parduzca de unas pocas cáscaras de palmito sobre los adoquines, como jirones de piel de la vieja ciudad tirados por el suelo y con el rojo de una manzana de caramelo como única nota de color.

Y puede que esta falta mía de fervor a la fiesta la tenga también la para mí ilógica circunstancia de que el culto a todo un patrón  recaiga en las mano de una hermandad de penitencia. Desde que todo lo referente a San Sebastián pasó a depender de la hermandad de los Estudiantes, el Patrón para mí ya no fue lo mismo. Y no es una crítica a esa hermandad, antes bien todo lo contrario: habría que agradecerle la labor de continuar con el culto, cuido y decoro del Santo. Pero no me negarán ustedes que esto no se ve en ninguna parte, nada más que aquí. Es algo así como el empeño de la otra hermandad patronal, la de La Cinta, obstinada en hermanamientos especiales con algunas cofradías. ¿No es la Patrona de Huelva, protectora de todas sus hermandades? Entonces no comprendo ese afán por tener “ojitos derecho” ni trato de preferencia con ninguna. Eso es inevitable y estará bien para las madres de este Mundo; pero no para La del Cielo. Y eso su hermandad debería saberlo.

Y es que Huelva para sus cosas es así. Y si a esto se le añade la utilización por parte de los partidos políticos (los dos) de turno en el Ayuntamiento en su interesado intento de resucitar ficticiamente una fiesta que no da más de sí, por que los tiempos han cambiado y de aquel barrio fervoroso  hacia su Santo no va quedando ni la memoria y por que la asistencia a la fiesta, excepto a la procesión (y al gañoteo y lambuceo de las papas con choco que da el Ayuntamiento) es minoritaria, acaba por explicar mi poca afición a esta antigua fiesta y otrora sonada celebración onubense.

No obstante, el domingo allí estaremos, para pedir al Santo que interceda por nuestra ciudad y aunque solo sea por haber nacido a la Gracia un veinte de enero  ante su sagrada imagen y llevar sobre el mío su santo nombre. ¡Viva San Sebastián Bendito! ¡Viva nuestro Santo Patrón!...Pero no soy yo mucho de la fiesta de este mocito y galán, que saca las mujeres a pasear y luego…..ya  se sabe lo que pasa.

jueves, 12 de enero de 2012

UNA ESTAMPA EN LA CARTERA

A menudo los hijos se nos parecen, y así nos dan la primera satisfacción, dice una de las mejores canciones de Serrat.

En la difícil y apasionante tarea de criar, y sobre todo educar a un hijo, hay tanto de satisfacciones como de preocupación e inseguridad.

Muchas veces se afirma que los hijos aprenden y se comportan en la vida conforme a lo que ven en casa, con lo que viven en la familia, y es verdad. Pero también es cierto que en los tiempos que corren son muchas las influencias exteriores al hogar las que interfieren en la formación de un niño, y no digamos ya en la de un adolescente. Los que habéis pasado por ahí como padre bien lo sabéis.

Es lógico que pensemos que para nuestros hijos lo mejor sería que supieran adoptar nuestras costumbres, nuestras aficiones, nuestra misma fe. Pero corremos el riesgo de que también adquieran nuestros defectos y caigan en nuestros mismos errores.

Sonreímos interiormente cuando un hijo nos sorprende con un gesto nuestro o  se manifiesta como tú lo harías ante determinada situación, cuando coinciden contigo, cuando te imitan. Pero torcemos ese gesto si vemos que se apartan del camino que tú les has querido trazar por creerlo el mejor posible, olvidando con frecuencia que ellos deben tener su criterio propio y el justo derecho a elegir en libertad.

 Con  la cofradía ocurre igual. Desde la primera vez que lo visten de monaguillo, chupo y medalla colgando, hasta que después de años de acoso y derribo acabas cediendo y lo dejas meterse debajo de un paso y un día lo ves salir de casa con el costal bajo el brazo camino de la iglesia, aflora tu orgullo y escondes alguna lágrima. Pero también te desasosiega que esa tarde no haya ido al quinario y te cueste la misma vida que vaya los domingos a misa. Y que cumplan los preceptos de la Iglesia, que para ti son sagrados.

Y contemplando los avatares a veces tan poco edificantes de las cofradías pueden llegar a confundirse. Cuando han vivido de cerca la entrega de unos padres a su hermandad; cuando han sido testigos directos (a veces sufridores) de que la hermandad haya estado por encima de muchas cosas (mal hecho por nuestra parte) y luego ven que ese esfuerzo y que esa dedicación han desembocado en sufrimiento y disgusto; cuando ven que tu decepción se convierte en frialdad hacia lo que antes era tu propia vida, también lo perciben y lo sufren, porque serán niños, pero no tontos. Y encima les estamos dando un mal ejemplo con nuestra actitud.

Y ahora a ver cómo les explicas tú que a pesar de todo, las cofradías merecen la pena, que son una de las más hermosas formas de vivir la fe Porque deseas que tus hijos se integren, que sean parte activa de tu cofradía, pero al mismo tiempo temes que le provoquen los mismos desasosiegos (dicho suavemente) que antes te provocaron a ti. Pero también deben comprender que golpes mucho más serios y duros les deparará la vida.

Pero hay casualidades, momentos en que se disipan tus temores y se aclaran tus dudas. Por ejemplo al encontrarte la cartera de tu hijo caída en un rincón del sofá y al recogerla  percatarte de que junto a la fotografía de su novia (¿se dice todavía así?) lleva una estampa de su Cristo, de nuestro Cristo. Y piensas que ya lo tiene decidido, y que la devoción hacia Él ha prendido y ocupa ya un lugar en su corazón de adolescente. Y además quiere ser sus pies debajo del paso, o todavía mejor, quiere servir en el altar como acólito.  Esa sí que es una verdadera satisfacción, más grande, mucho más, que la que cuenta Serrat en su canción.