Powered By Blogger

jueves, 22 de diciembre de 2011

¡ OH, RANCIA NAVIDAD ¡

Vamos a vivir, estamos viviendo ya, la Navidad de la crisis, que no tiene porqué ser la crisis de la Navidad. Lo digo porque de un tiempo a esta parte se ha puesto de moda eso de decir que estas fiestas (lo de entrañables me lo ahorro) nos deprimen mucho. Pues ahora, más que nunca, hay que rebelarse contra esta moda. La Navidad, no las navidades, será lo que cada uno quiera que sea, no lo que quiera El Corte Inglés o lo que diga el comunicador radiofónico de moda, normalmente periodista sin título, en sus sesudas tertulias.

Cierto es que con el paso de los años las ausencias duelen especialmente en estos días, y en muchos casos habrá razones para aborrecer  estas fechas. Pero la mayoría lo dice por apuntarse al carro de la novedad en este país de noveleros, porque es mucho más progresista y mucho más moderno, dónde va a parar, ningunear, tachar de coñazo, y de camino vaciar de contenido religioso estas fiestas.

Lo mismo que a la hora de felicitarte. Resulta que últimamente se ha impuesto, observadlo y veréis que es verdad, la expresión de “te deseo lo mejor”. Pues si me deseas lo mejor, alma mía, deséame Feliz Navidad, pues para un creyente no puede haber nada mejor que Cristo vuelva a nacer en nosotros, pero de verdad.

Pero hablábamos de la crisis y la Navidad. Y pensando en lo que hemos convertido esta celebración crucial para los cristianos no me extraña que estemos deprimidos, lo raro es que no estemos en estado catatónico y con la ansiedad por las nubes intentando vivir una Navidad basada en el consumismo más absurdo, y a lo mejor, para salir de esta aguda depresión que algunos padecen en cuanto ven una tira de espumillón, se resolvía rápidamente desprendiéndonos de algunas cosas, renunciando a lo superfluo, a este irracional derroche, al quiero y no puedo. Ustedes me entienden.

Podríamos empezar, un poné, por cambiar el rosbif relleno de foie, por supuesto francés, por el  pollo asado; cambiar el Moët &Chandon por sidra champán El Gaitero, famosa en el mundo entero; o dejar para mejor ocasión los langostinos de reloj, denominados así, como usted ya bien sabe, porque para indicar su proverbial tamaño debemos señalar con una mano la muñeca de la otra, a la altura del reloj. Podríamos poner en su defecto una ensaladilla rusa, o nacional, como prefieran, con mucho pimiento morrón y atún de lata, o retornar al otrora plato insustituible como es la sopita de picadillo (rancio, ¿eh?).

Regresemos a aquellas Pascuas de alfajores de Ruíz (felizmente reinantes), y de  polvorones de Jorva, (q.e.p.d., digo los polvorones), de turrones El Almendro, cinta de oro y cinta de plata, del blando y del duro. Y pare usted de contar. ¿Usted cree que un bombón praliné relleno de kiwi en coulant de chocolate puede saber a Navidad? En mi casa desde luego no. Será en la de la Presley. ¿Y un turrón con sabor a nata y frutas tropicales, que en vez de cantar un villancico lo que te pide el cuerpo es bailar una bachata o una salsa de Celia Cruz?

Recordemos las sobremesas al calor del brasero, con la bandeja de los dulces (algunos ya lamiosos si es que habían sobrado de la noche anterior) con la copita de Licor 43, Calisay o de anís la Asturiana, cuya presencia siempre agrada; de panderetas de piel de las tiendas del mercado de abastos y villancicos viejos al compás del almirez.

Retornemos a los lebrillos de pestiños y roscos fritos amasados la misma mañana del día veinticuatro; a los dulces de calabaza de Rafalina, en su caja de madera que luego te servía para guardar las figuritas del nacimiento (eso de Belén es otra modernura) , las compradas en Baltasar o en la tienda de Pepa Mojarro, si había posibles; a la caja surtida de mantecados El Mesías, con su cenicero de regalo y el almanaque donde año tras año te ibas enamorando de una Virgen con una mancha en la mejilla, y con un rostrillo intentando ocultar las señales del tiempo en su rostro sin tiempo, porque igual que ayer permanece.

Navidades interiores, de casa, ¿cómo es posible no deprimirse celebrando, no ya la Nochevieja, sino la Nochebuena en un cotillón, fiestas mitad carnaval mitad recepción con cóctel fino? Por cierto, ¿han reparado ustedes en la cantidad de jóvenes que se ponen traje oscuro para hacer el botellón de Fin de Año y luego no tienen pantalones, nunca mejor dicho, de ponérselos en Semana Santa?

Y en Reyes , revivamos las mañanas frías con un coche de latón, o un patín; o del bote de Barón Dandy, que eso sí que es rancio, o la bufanda de pañete con cuadros y los guantes de cuero forrados de felpa amarilla que te habían puesto  en casa de la abuela.

Puede que este año, casi sin luces que adornen nuestras calles hagamos de la necesidad virtud y  vuelva a brillar con luz propia la auténtica Navidad. Total, los motivos del alumbrado en nada recuerdan la fiesta que celebramos. El alumbrado valdría lo mismo  para Navidad, carnaval o las fiestas de la patrona del pueblo.  Eso sí, las imágenes catetas de Papá Noel inundan nuestras calles. Merry Christmas.

Cada cual celebrará estos días como mejor le convenga, o como mejor pueda, faltaría más. Pero yo miro con cariño y cierta dosis de nostalgia aquel tiempo en el que sabíamos lo que celebramos y cualquier cosa nos parecía algo extraordinario, sin tantas tonterías, sin la esclavitud de vernos obligados a seguir la corriente de las absurdas exigencias. Por eso en vez de cantar la Blanca Navidad de Bing Crosby, entono un Rancia Navidad en recuerdo de aquel tiempo.

A todos les deseo  Felices Pascuas y Próspero Año Nuevo. Nos volveremos a encontrar en este blog después de Reyes, cuando el Tiempo Prometido de una nueva Semana Santa esté más cerca…Y cuando se nos pase los efluvios del anís, Onuba, por supuesto.

jueves, 15 de diciembre de 2011

LE DICEN LA MADRE Y MAESTRA

Son de las hermandades, y sobre todo de las cofradías, sin cuya existencia difícilmente se podría entender la Semana Santa, ni la de Sevilla ni la de fuera de Sevilla. La Primitiva hermandad de los nazarenos de Sevilla, la del Silencio, ha ejercido y ejerce una innegable, y yo diría que impagable influencia en la Semana Santa de casi toda España. No creo exagerar. Muchas de las formas, de los ritos, de los gestos que tenemos por nuestros, conscientes, o inconscientemente, los hemos adoptado de ella. Son muchos los siglos aportando a la celebración pasional, adelantándose en casi todo, sirviendo de espejo donde mirarse en muchos aspectos.

Su estilo, sus enseres, la grandeza de sus altares de culto, la solemnidad en las celebraciones litúrgicas, han sido y son reiteradamente tomadas por modelo. Mucho tiene de admirable esta Archicofradía.

Pero de todo este inmenso patrimonio, material e inmaterial, me quedo con ese patrimonio intangible, imposible de inventariar ni por el más escrupuloso mayordomo: el del saber hacer, eso que no se recoge en ningún artículo de sus Santas Reglas, pero que saben cumplir a la perfección y en cada momento. Y no me estoy refiriendo a la rígida compostura de sus ejemplares estaciones de penitencia, todo lo contrario, hablo de la naturalidad con la que hacen todo. No sé. Será cuestión de costumbre y del saber acumulado durante siglos.

Cualquier hermandad que tuviera ni la mitad de lo que ésta tiene se vanagloriaría, y con razón, de poseer un tesoro; ellos levantan cada año una catedral bizantina para la Virgen de la Concepción como la cosa más natural del mundo. Cada nueva Semana Santa, cada Madrugada, con el filo plateado de la Espada del Voto cortan el espacio por donde se le cuela  a Sevilla sus mejores momentos y de los que ellos son heraldos, como si nada.

Rara vez la prensa, ni la morada ni la otra, se hace eco de sus virtudes, que no son pocas. Raramente veremos a ningún miembro destacado de sus juntas de gobierno en los medios de comunicación diciendo vaciedades como tantos otros. Pasan por el tiempo real sin desvirtuar el tiempo perenne de la hermandad más antigua, sin aspavientos, sin rígidas imposturas, sin falsas muecas, como cómplices tácitos que saben lo que su cofradía requiere en cada momento. Son capaces de consagrar tópicos y pulverizar cánones. Elevan a la categoría de arte el silencio que imponen a su paso en las calles, o el perfume envolvente de unas jarras con azahares y al mismo tiempo hacer añicos el supuesto de que un palio de cofradía seria tiene que ser de cajón, y los simpecados de terciopelo, mostrando a la más hermosa dolorosa del siglo XX bajo un colosal baldaquino de plata y a una inmaculada en simpecado de mallas.

Así, si el mutismo más absoluto es el mejor blasón que honra cada Viernes Santo a la Santa Cruz de Jerusalem, en cuanto mayo se adueña del compás de la Real Iglesia de San Antonio Abad, un delirio de geranios, mantones celestes y música de sevillanas rendirán culto a esa misma Cruz, ahora en vez de madera, de forja. Nada ni nadie les impone las formas ni el estilo. Solo ellos, con la naturalidad y la autoridad que les otorga el mantenerse fieles a la línea de su historia, ajenos a oscilaciones innecesarias sin ser inmovilistas, aceptando los cambios lógicos solo cuando el tiempo los ha madurado, con total naturalidad.

Y es especialmente en la solemnidad sin tiempo de sus cultos donde se manifiesta toda la profunda hondura de su mejor carisma, elevando a la categoría de excepcional lo que en ellos es habitual. Si en muchas convocatorias de cofradías usamos el término de solemne, ¿qué habría entonces que poner en la de la Archicofradía de Jesús Nazareno, en la del Silencio de Sevilla?

Quizás por eso les profeso una rendida admiración, aún sin haberlos visto nunca cruzar la Madrugada, sin que desde la orilla de ninguna acera haya podido ser testigo de la estela de luces emparejadas milimétricamente que deja a su paso el Dulcísimo Jesús Nazareno y que va precediendo el resplandor nacarado de la Virgen de la Concepción, sin ser hermano de esta primitiva hermandad, si acaso pariente lejano al pertenecer a una de sus más antiguas agregadas, de las más del centenar de agregadas (que no filiales) que posee la hermandad repartidas por toda España que llevan el “Gloria Nazarenorum” y el peculiar sello de sus cinco cruces como bandera.

Le dicen la Madre y Maestra. Algo tendrá el agua cuando la bendicen.  Por algo será, digo yo.

jueves, 8 de diciembre de 2011

UN CELESTE RESPLANDOR

No importa que los días se acorten hasta la mínima luz. Da lo mismo que hoy los rayos del Sol apenas alumbren ni calienten, hoy lo que de verdad alumbra y conforta cálidamente es la misteriosa luz de la fe de un dogma. Por eso cuanto más oscuridad haya, más brillará su celestial resplandor.    
El día ocho de diciembre suele amanecer con un tono en el cielo cuyo color hace honor a su nombre: El azul purísima. Y aunque no fuera así, si las nubes ocultaran el cielo, si lloviera, poco importaría. Siempre amanece esta mañana como emanada del color de su manto.
La luz fría de este día almibara perfiles, dora repiques de campanas, multiplica sonidos de clarines que anuncian con gozo el  Gozo de la Inmaculada  Concepción de Nuestra Señora. Como dijo el poeta “hoy Dios está azul”, y  su divino reflejo está dibujado en el Sol sin sombra del rostro de la Virgen.
El mediodía, saturado de aleluyas y de latines en un pontifical de casullas y esclavinas celestes proclama el privilegio especial de la Concepción sin mancha de María desde el primer instante de su ser, porque el Eterno “quiso, pudo, y por tanto lo hizo” y “tota puchra es María et mácula originalis non es in te”.
Ya por la tarde, cuando la luz decline, será la claridad que emana de su rostro la que nos alumbre. Cuando su sagrada imagen aparezca enmarcada en ese arco triunfal que es la puerta principal de la parroquia de la Purísima Concepción, de donde mismo dentro de un tiempo se derramarán sus dolores, sus amarguras, y hasta su más absoluta soledad, hoy solo saldrá su alegría desbordada, contagiándonos con su luz, con la dulzura cómplice que surge de sus ojos.
Y las azucenas, tan de mayo, volverán a florecer por Ella; y las rosas de los arriates tomarán el color y el candor de sus mejillas; y los claveles blancos copiarán la blancura de su alma, y como una ráfaga de plata el “bendita sea tu pureza” circundará a la Virgen cuando esté anta las Hermanas de la Cruz.
Hoy Huelva será azul cuando toda la delicadeza, toda la hermosura y toda la belleza hecha imagen reciente con hechura de siglos, pase junto a nosotros arrullada por la mejor música, y alzada sobre el mejor escabel que saben ofrecerle sus costaleros, elevada sobre la mejor juventud. Y los luceros , como de cristales congelados, repetirán una letanía ardiente de estrellas que inundará el espacio y que le dirá Virgen de la infancia, Virgen de la inocencia, Virgen de los claustros de las vírgenes, Virgen de la Teología más profunda y de la más acendrada devoción popular, Virgen del Dogma Español, Virgen de coplas antiguas, de “eres más pura que el Sol”, y de “el Sol es tu vestido”, Virgen de coplas nuevas, de ”María tú que  velas junto a mí “, Virgen de los abogados y Abogada nuestra, Virgen de los ejércitos, de los del Cielo y de los de la Tierra, poderosa capitana, Virgen Doncella de Huelva, Reina de la Diócesis, Señora de su parroquia y celestial Patrona de España. Ruega por nosotros y por nosotros vela, e intercede por nosotros ante Dios Nuestro Señor. Amén.

jueves, 1 de diciembre de 2011

DESDE LOS CIMIENTOS

Acaba el Año Litúrgico. Cristo Rey nos ha bendecido hecho Eucaristía desde la custodia de la Concepción. Termina sus cultos sacramentales la Archicofradía de la Oración en el Huerto y el color celeste (ese privilegio español en la liturgia de la Iglesia) irrumpe con la fuerza de lo nuevo anunciando el origen inmaculado de la Virgen María. Todo vuelve  a empezar.
Estamos en la primera semana de Adviento. Iniciamos, sobre un fondo morado, como de  otra gozosa cuaresma, un camino que no acabará en la Tragedia del Gólgota, pues esa será otra Pascua, sino en la ternura del Nacimiento de un Dios Niño en el Portal de Belén. Iniciamos el Año Nuevo Litúrgico y el camino hacia la Pascua de la Navidad.

Y ahora que todo se renueva, cuando todo está por escribir y todo está por comenzar, en las cofradías es tiempo de proyectos. Ahora, lo mismo que en la Naturaleza aparentemente muerta la tierra va gestando el esplendor de la primavera, nuestras cofradías van preparando desde su interior el futuro esplendor de una nueva Semana Santa, que también, como la tierra, irrumpirá con la eclosión de la primavera.

Por eso es el momento; por eso ahora, lo mismo que tenemos programados los cultos, los besamanos, besapiés, y nos sabemos de memoria el calendario de ensayos de todas las cuadrillas y las marchas nuevas de todas las bandas; si ya conocemos al pregonero, al cartelista y a la imagen que presidirá Via+Crucis del Consejo; si esperamos con impaciencia los estrenos que nos han anunciado, si lo tenemos todo previsto hasta el Domingo de Ramos, ¿por qué no hemos visto (al menos yo) ningún ciclo de formación cofrade?

Vivimos tiempos de innegable desapego, sobre todo de la juventud, a la práctica religiosa y a la Religión misma. Confundimos la pertenencia a una hermandad, a una cuadrilla, a una banda, con ser miembros, con todo lo que eso conlleva, del Pueblo de Dios que es la Iglesia. Sin entrar en las causas que nos han llevado a esta situación (familiares, educativas, culturales, sociales…) pienso que las hermandades pueden, y creo que hasta deben ser, el espacio idóneo donde empezar a formar a los jóvenes, pues con el tirón que tienen, las cofradías son capaces de llegar hasta donde otras instituciones no alcanzarían jamás. Ni a soñar que se echaran.

Recientemente  Monseñor Munilla, Obispo de San Sebastián, y refiriéndose a los resultados de la celebración de la JMJ en Madrid, decía que caeríamos en un error (del que la sociedad en general, y las hermandades en particular hemos adolecido) rebajando el nivel de exigencia a los jóvenes. Y ciertamente es así. Las hermandades siempre exigieron a sus hermanos jóvenes más de lo que exigen ahora. Nada del otro mundo, pero más que ahora. Quizás por miedo a perder la cuadrilla, o la banda, o el grupo de acólitos, muchas veces las hermandades hemos mirado para otro sitio cuando hemos visto que corneta, costal, cirial, blonda o lo que ustedes quieran ha sido el único interés. Y bendito sea Dios que los tenemos. Pero no nos podemos quedar ahí. Así, solo con esto, no hacemos Iglesia.

No se trata en absoluto de someter a nadie a un tercer grado. Se trata simplemente de proporcionarles, con  las herramientas que poseen las hermandades y su incuestionable atractivo, los recursos necesarios para lograr un mayor y mejor conocimiento de esas hermandades y de la Iglesia de la que forman parte.

El dicho de que “lo que se conoce es lo que se quiere” en el mundo de las cofradías se cumple como en ningún otro ámbito. Por eso se debe aprender a quererlas desde dentro y al mismo tiempo que se aprende a querer a la Iglesia. Y queriéndola aprenderemos a respetar, desde el Papa hacia abajo, a todos sus ministros, cosa que desgraciadamente no siempre ocurre en nuestro mundo cofrade.

Al parecer, los cursillos para dirigentes de cofradías han aglutinado a tantos cofrades que incluso se ha tenido que celebrar en un sitio más amplio. Ese es el camino.  Y si este cursillo ha tenido aceptación, ¿por qué no los va a tener para los jóvenes?
Ahora que todo comienza es el momento de mostrarles el camino, de  enseñarles a querer a las cofradías, a la Iglesia, desde sus raíces, desde sus entrañas, desde sus mismos cimientos.