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jueves, 27 de octubre de 2011

TRILOGÍA DE LA CARRERA OFICIAL (I)

La creación de la carrera oficial en la Semana Santa de muchas localidades andaluzas, a imitación de la de Sevilla, surge de la necesidad de ordenar el discurrir de las cofradías que se dirigen a un mismo templo, catedral, prioral o parroquia emblemática del lugar, para hacer estación de penitencia en su interior. Ese, y no otro, es el verdadero y único sentido de este itinerario común.

Pero la realidad urbanística de nuestra ciudad es tozuda, terca más bien. Y no colabora en absoluto para que nuestra carrera oficial sea ni parecida a las de otras capitales de nuestro entorno.

Huelva, al carecer en el pomposa y pretenciosamente llamado casco histórico (y fuera de él tampoco) de un templo con las dimensiones adecuadas para que por su interior pueda transitar la cofradía completa, pasos incluidos, hace que esta carrera oficial no tenga sentido tal y como está planteada hoy. Mantener este itinerario para hacer la estación de penitencia en la Concepción de la manera que se hace  (y de lo que hablaremos en otro momento) no merece la pena.

Cuando se cambió el trazado de la anterior carrera oficial y se adoptó el actual, muchos creyeron ver en la Placeta esa Campana imposible, obviando al mismo tiempo en la calle Concepción la posible calle Sierpes.

Pero la propia infraestructura de la ciudad y los intereses de más de un comerciante la hicieron inviable. La obsesión por los palcos en nuestra Semana Santa es sorprendente. Y nuestras calles, excepto la Gran Vía, no se prestan a su instalación, y todo para que se convierta en una pasarela cofrade donde se come pipas, muchas pipas; y los niños dan por saco, mucho por saco a sus vecinos de palco, y lo que es peor, a los nazarenos que van en el cortejo.

Pero esto que no llega a ser ni problema, quedaría solucionado con una adecuada distribución de sillas en calles que no admitan palcos, protegidas con estructuras revestidas de paños, rojos por supuesto, y una mejor educación de los padres de los niños.

 Una carrera oficial cuyo itinerario discurre por la puerta de un templo de donde salen tres cofradías (cuatro, esperemos que eventualmente) es en principio un problema, pues afecta a un normal desarrollo de sus salidas y entradas con los palcos (otra vez los palcos) casi en la misma puerta, y estrechando el camino a la hermandad. Me sorprende que Protección Civil, tan activa y exigente con la seguridad de las romerías, no haya reparado en la posible peligrosidad de este enclave cofrade.

Y me admiro de la paciencia con la que hasta ahora han actuado las hermandades de la Concepción a pesar de estas molestias circunstancias. Se ha dado el caso en algunas madrugadas de estar ya el paso del Nazareno en la calle, la Virgen de la Amargura todavía en el interior y la hermandad partida en dos para que pudiera hacer estación de penitencia la Misericordia. Por no hablar del horario y del rodeo de la Soledad en su salida y el de la Oración a su regreso. Lo que se dice un sinsentido.

Al final, la antigua carrera oficial, aquella tan denostada por empezar en un hotel y acabar en una cafetería, estética y operativamente era mejor que esta, mucho mejor que esta. Y excelente para las posibilidades de Huelva cuando continuaba por Vázquez López para seguir por Palacio y Concepción hasta terminar a las puertas de la Iglesia, y que se cubría con sillas en esas calles y no con los inoperantes palcos.

Este antiguo trazado, y buscando una fórmula más adecuada para la estación de penitencia ,que no debemos confundir con carrera oficial, sin inventos raros, sin nazarenos pasando por un pasillo de sintasol sin saber lo que hacen, sería a mi pocas luces el mejor posible. Independientemente de la dirección en que se hiciera, como antes, o a la inversa, empezando por la Iglesia de la Concepción.

Lo que no puede ser, no puede ser; y además es imposible, como dijo el Gallo. Debemos aceptar nuestra ciudad como es. Pero esto no nos exime de buscar una mejor carrera oficial, pues  es posible. No podemos aspirar a una carrera como donde sabemos, sin contar con lo que sabemos. Es decir, como en Sevilla y sin la catedral de Sevilla. No podemos hacer coincidir una carrera oficial a martillazos  ¿Qué le vamos a hacer si Huelva es así y así hay que quererla? ¡Qué más quisiera yo que vivir en una ciudad monumental!

Todos somos conscientes de la dificultad que entraña poner de acuerdo a veinticinco cofradías. Pero el mero hecho de que hubiera una, sólo una, que se viera perjudicada, sería motivo más que suficiente para revisar la idoneidad o no de la actual carrera oficial, que ha sido y sigue siendo motivo de discordia entre cofrades, tema de discusión en cualquier tertulia que se precie, y mina de oro para circunloquios en barras de bar y esquinas cofrades. Pero al parecer con pocos visos de tener solución.

Pero cosas más raras se han visto.

jueves, 20 de octubre de 2011

MORIR EN LA ORILLA

¿No habéis experimentado nunca esa sensación de luchar denodadamente  por algo en lo que has creído durante toda tu vida y sentir que no ha servido para nada?
¿No pensáis  muchas veces que los objetivos  que te has marcado no coinciden en absoluto  con los de aquellos que tú creías que remaban contigo en la misma dirección y resulta que iban en otra totalmente opuesta?
¿No habéis nadado contra corriente y cuando  estabais alcanzando la playa la habéis perdido de vista? ¿No habéis muerto alguna vez  en  la orilla?
Pues esa sensación me asalta más veces de las deseadas cuando considero algunos aspectos de nuestra reciente realidad cofrade.
Los que vivimos la transición de las cofradías, al mismo tiempo que vivíamos la transición política en un cambio de régimen que nada bueno auguraban para nuestras instituciones ni para la Iglesia, recibimos unas hermandades que languidecían, y  sobre todo que agonizaban en su vida interior. Y esto como consecuencia  derivada de un vacío generacional producido  por al boom económico de los sesenta (el Seat Seiscientos también  le hizo mucho daño a las cofradías) que al posibilitar nuevas formas de ocio alejó a muchos de las cofradías, viéndose de esta manera interrumpida la normal sucesión por razones de edad en las nóminas y en el gobierno de las hermandades.
Pero a pesar de las circunstancias y las carencias por todos conocidas, aquellos que dieron el paso al frente y aceptaron dirigir una cofradía y en condiciones tan adversas,  tuvieron claro lo que se traían entre manos, y recogieron el testigo respetando siempre su historia y su tradición. Lo que sucedería luego es bien conocido por todos.
Atraídos por el espectacular auge que las hermandades alcanzaron en los primeros compases de la democracia (y contra todo pronóstico) se fueron adhiriendo muchos advenedizos que jamás habían mostrado  el menor interés por la Semana Santa. Y de ahí, siempre a mi modesto entender, arrancan muchos de los males que ahora nos aquejan.
Las cofradías crecieron tanto y en tan poco tiempo, como una burbuja inconsistente, sin afianzar los pilares que la sustentaban,  que muchos, bastantes,  se arrimaron buscando no otra cosa que relieve social y notoriedad amparados por la avalancha de nuevos cofrades llegados en aluvión, sin formación, sin conocimiento del verdadero sentido que tenían estas entidades religiosas.
Algunos que literalmente se “cachondeaban” (perdón por el vulgarismo)  de  los que en aquellos años ya vivían por y para sus hermandades, han sido y son miembros de juntas de gobierno e incluso hermanos mayores,  porque pronto cambiaron de idea y se subieron al carro del triunfo en cuanto intuyeron que podían manejar, y si encima podían salir a cara descubierta en la procesión, mejor que mejor. Ustedes ya me entienden.
¿Dónde estaban cuando sacar una cofradía costaba sangre, sudor y lágrimas? ¿Dónde cuando nadie nos tomaba en serio? ¿Dónde se escondían cuando esto era considerado cosas de mariquitas y de tontos?
Y claro, con lo fácil que era destacar en un mundo tan mediocre, se hicieron dueños de una situación que ha propiciado en parte esta especie de recesión cofrade que ahora vivimos, al copar puestos decisivos en el entramado cofrade.
Otros, como nuevos ricos, fueron hermanos mayores sin tener ni idea de esto porque una vez pagaron las flores del quinario, una túnica para el Señor, o la banda para el palio, pensando siempre en su promoción personal, pocas veces en el bien de las cofradías, que si bien crecían en esplendor exterior, palidecían en su vida interna. Y es que por mucho que me quieran hacer creer que una barra en la casa hermandad  es hacer vida de hermandad, no trago. Eso no sirve para nada. Si acaso para la parte más visible del espectáculo; pero no para la parte seria.
Puede que, afortunadamente, esa generación también vaya  pasando. Y puede que nuevas generaciones quieran beber de aquellas fuentes donde el amor a las cofradías, con todo lo que  eso conlleva, fuera  el único motivo para acercarse a ellas.
Porque de aquellos polvos, estos lodos. Haría falta otra transición en las cofradías, pero a la inversa. Urge buscar la forma de hacer crecer por dentro a la hermandad. Por fuera, a la vista está lo mucho que hemos mejorado, pero no podemos conformarnos con eso. Este falso renacer de la Semana Santa no puede ser el canto del cisne de la celebración más hermosa que conocemos.
Solo así, los que lucharon por mantener viva la llama cofrade en tiempos nada propicios no tendrán la sensación del trabajo baldío, ni de morir en la orilla del esplendor de las cofradías.

jueves, 13 de octubre de 2011

ANGELITO AL CIELO

A  veces los zarpazos que la vida te dispensa son tan crueles que parecen buscar el momento preciso, ese tan especial, tan oportuno para herirte  todavía más, como si lo escogiera  para poderte hacer más daño, y para que jamás se te pueda olvidar.
Por muy asumida que se tenga la enfermedad y la segura muerte de un hijo, no creo que nunca se esté preparado, siempre te cogerá por sorpresa.
De ese dolor de enterrar a quien por ley natural de la vida debía de enterrarte a ti, solo pueden hablar con propiedad quienes hayan pasado por semejante trance.
Anoche, cuando acababa el día de la Virgen del Pilar, onomástica de su madre, fallecía un cofrade, un gran cofrade a pesar de su corta edad, hijo de Pepe Zamora y Pilar Carmona. Y no por esperada su muerte ha sido menos dolorosa; si acaso, más inexplicable y mucho menos comprensible.
Murió el día del Pilar y se le dará el último adiós ante la imagen del Señor de la Oración en el Huerto, que con la medalla de Javi prendida a su pecho, está dispuesto sobre el paso en el que ese mismo día será trasladado a la Catedral en procesión extraordinaria. Tenía que ser justo ese mismo día. Eso es dar en la diana  del destino.
Y es que Javier, impaciente como cualquier niño, no ha querido esperarlo en la puerta de su casa por donde pasará la procesión camino de la Merced. Él ha salido a su encuentro y ya está con Él, como cualquier Jueves Santo, alba blanca y esclavina verde, delante de un paso.
Y a Pepe, su padre, no será un ángel confortador el que le ofrezca  el trago más amargo que beberá en su vida. Será el propio Cristo arrodillado el que lo haga, y del que beberá como ya lo hizo Él aquella noche de su Pasión  aceptando la Cruz sobre sus hombros, como hace cada tarde de Martes Santo en San Pedro. Pepe Zamora es cofrade recio y sabrá  hacerlo.
Pero en esta terrible hora  le puede quedar la satisfacción del amor entregado a su hijo en vida en los momentos más duros y alimentado su vocación cofrade. No hubo celebración, ni procesión, ni evento en las cofradías al que no asistiera , siempre que su salud se lo permitía, con su hijo. Por eso tenía una pasión por las cofradías más grande que su propio cuerpo. Nunca pregunté por su salud, pues aunque saltaba a la vista, siempre me superaba esa afición sin límites que adivinaba en su rostro y no era cuestión de recordarle, ni a Javi ni a sus padres lo evidente. Me asombraba su fuerza por aprender de hermandades con su proverbial curiosidad de niño, de niño cofrade.
Así fue la última vez que lo vi, la mañana del  Sábado Santo en Sevilla visitando a la Hermandad de los Servitas, con la pasión cofrade saliéndole por los ojos. Y así me gustaría recordarlo.
Angelito al cielo, ropita al arca. Esta especie de jaculatoria se la he oído decir a mi madre cada vez que se enteraba de que un niño había fallecido, como teniendo la seguridad de que ya estaría en la Gloria. Y aquí con más razón, pues este ángel además era cofrade, muy cofrade, y seguro que bajará más de una vez tallado en carne de madera sobrevolando la canastilla de cualquier paso de Cristo.
Descanse en paz. Y rogad a Dios para que la Virgen de los Dolores haga suyas las lágrimas de Pepe y Pilar alcanzándoles el consuelo, tan difícil en estos momentos. Y en estos días tan señalados para su Hermandad de la Oración en el Huerto.

jueves, 6 de octubre de 2011

SABER DE COFRADÍAS

Vamos a dejarnos de tonterías. Donde verdaderamente se transmiten los valores, sean del tipo que sean, no es en la televisión, ni en la radio, ni en ninguna publicación especializada. Es en la familia. Por lo tanto, si consideramos a la hermandad como una gran familia, es en su seno, en el de la hermandad, donde debe transmitirse los valores cofrades, entendiéndose como valores el conjunto de rasgos propios y peculiaridades que fueron forjando a través del tiempo la identidad de una hermandad, eso que la hace única y diferente a las demás dentro del conjunto de la Semana Santa, y teniendo su razón de ser en el contexto de la Iglesia a la que se debe.

Todos conocemos cofrades que son verdaderos eruditos en cuestión de cofradías que conocen a la perfección autores, fechas, datos, historia, tradiciones, detalles, pleitos y litigios entre cofradías…Y nada malo hay en ello. Si no fuera porque a veces coincide con el más absoluto desconocimiento de su propia hermandad. Y esto, al menos para mí, no es saber de cofradías. No se puede generalizar, pero ocurre.
Antes, conocer a tu hermandad, saber de cofradías, se aprendía de un modo que difiere bastante al de hoy. Hace no tantos años, los que se iniciaban en este mundo nuestro de la Semana Santa estaban deseando que se les permitiera participar en la vida de la hermandad, y no era tan fácil, pues muchas veces las hermandades no se abrían tan fácilmente a la juventud. No como ahora.

Y siempre se iniciaban en algo tan cofrade y tan sencillo como limpiando la plata. Así, en la casa de hermandad si la había, o en el breve espacio de una secretaría, o en el almacén, entre bayetas y algodón mágico se aprendía de Semana Santa en la misma medida que se aprendía a querer a tu hermandad, escuchando a los mayores, a aquellos que atesoraban la sabiduría de los años y la experiencia, no como signo de autoridad ni superioridad sobre los más jóvenes, si no como depositarios de la idiosincrasia de la hermandad.

Hoy parece que se pretenden transmitir este saber de Semana Santa en las distintas tertulias  que de un tiempo a esta parte proliferan en nuestra ciudad. Y que conste que estas reuniones de cofrades, en sí mismas, no deben suponer en absoluto nada peyorativo. Yo pertenezco a una, en la que, como en todas, pasamos momentos magníficos hablando de lo que tanto nos gusta. Pero de ninguna manera debe suplantar ese verdadero aprendizaje que se consigue sirviendo, viviendo la hermandad desde dentro de sus propias entrañas.

Lo mismo que a comienzo de un nuevo curso sabemos el calendario de ensayos de todas las cuadrillas y de todas las bandas, si conocemos de antemano los estrenos que se presentarán  para la próxima salida, si sabemos con suficiente tiempo las fechas de todos los eventos, salidas extraordinarias, conciertos de relumbrón de célebres bandas de música (menos el nombre del predicador del quinario lo sabemos todo), no estaría de más que se programaran cursos de formación cofrade en el seno de la hermandad donde se transmita con autenticidad, y sin distorsionarla por el capricho del último que llegue, el verdadero ser de cada cofradía a los que empiezan a integrarse en ella.

Una auténtica transmisión de valores evitaría que cada vez que llega al gobierno de la hermandad una nueva junta, parece que pretendieran refundarla, más que nada por el desconocimiento que de la misma tienen muchos de estos oficiales, que alcanzan la dirección de su hermandad sin apenas saber de ellas, y lo que es peor, sin respetar lo que durante tantos años ha ido conformando su verdadera identidad.

Saber de cofradías no consiste en acumular conocimientos sobre ellas. Es algo más. Es aprender a quererlas desde lo más profundo de nuestro ser. Y eso se consigue conociéndolas desde la transmisión de los que lucharon y trabajaron por ellas. Esos conocimientos adquiridos día a día en el trabajo por la hermandad que se han ido decantando en el fondo de nuestro ser, y que forma ya parte de nosotros. Como cada uno de nosotros formamos ya parte de ellas.