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jueves, 14 de julio de 2011

TIEMPO DE VERANO


Ahora que la espuma cincela a golpes de olas una peana con toda la plata del mar para la Virgen del Carmen; cuando Santiago blande su espada en desigual lucha con los inclementes rayos del sol, de los que la ciudad se guarece de día hasta el ocaso y que solo entonces reanima su pulso para vivir de noche; ahora que es verano es como si el ritmo del tiempo fuera perdiendo velocidad hasta quedarse casi detenido, como si anduviese sobre los pies y su peso disminuyera aliviándose de tantas cosas que desfiguran a Huelva, es ahora en este tiempo de verano cuando aflora otra Huelva, renace la ciudad de nuestra infancia.

Por eso Huelva vuelve a sentir bajo sus pies el tacto de la arena tamizada con hojas de eucaliptos en la Punta del Sebo; se reencuentra con su ría y con su mar a los que le ha dado la espalda durante el resto del año; sube con frecuencia al Conquero buscando la brisa que la alivie de la galbana; vuelve a asomarse a sus azoteas y se siente niña mojando sus pies en un patio recién regado, verde de aspidistras y azaleas.

Se perfuma en la memoria con jazmines y damas de noche. Huelva ahora es un sueño de luces de colores reflejadas en el agua cuando agosto entre por su puerta entornada esperando la brisa que la refresque. Huelva en verano es muelle de hierro esperando algún barco de guerra para festejar la epopeya del Descubrimiento. Es barco de pesca engalanado que saluda con su bronca sirena.

Es sonido de radio de cretona que se cuela por la ventana de la cocina y cuya música copia la maja golpeando el dornillo  donde se esta gestando un gazpacho. Es silencio de sobremesa rota con juegos infantiles, siempre amenazado por una alpargata blandida por alguna madre, o en su defecto alguna tía entonces soltera, y algo más benevolente. Es carrito de helados pregonados a la hora de la siesta; es barra de hielo en un carro de mulas.

Es sol que cae a plomo sobre un desierto de asfalto las tardes de los días de fiesta. Es sahariana blanca y mascota de paja, y vecino gordo sentado a la puerta de su casa en camiseta de tirantas; es abuela sentada en una butaca abanicándose con un pericón, grande como umbrela papal, y búcaro con cigüeña y tapa de croché en el alféizar de la  ventana. Es chaqueta blanca y traje largo con chal en el baile de gala de alguna caseta. Tiene sabor a melocotón dulce y canela de un ponche tomado sobre un mostrador. Es derroche de imaginación y colorido en un desfile de carrozas por el recinto Colombino. Es modesto tributo a la Patrona en los fuegos artificiales de Pepe “miniño” frente al Humilladero.

Es novena de abanicos en la Merced removiendo en el aire la historia de su devoción y es barca sesteando, casi parada, en la suave corriente de un estero con la pleamar de un mediodía, donde reza un ángelus de luz y sal que ocupa la bóveda azul hiriente del cielo, en una sinfonía musical grandiosa y solemne. Es la playa que con cada ola nos devuelve a la memoria el tiempo de otros estíos, amarilleados a fuerza de sol inclemente, casi quemados, en la memoria.

Esta página, este blog también sesteará. La Virgen de la Cinta me pide versos y a ello quiero consagrar este tiempo de verano. Dios quiera que logre juntar un puñado de letras capaz de exaltarla con la dignidad que el caso requiere y Ella se merece.

Nos volveremos a encontrar cuando la Virgen Chiquita haya regresado de nuevo al Conquero llevando la bodega de su barca de plata repleta de avemarías y salves, cuando llegue al santuario y en sus redes de trasmallo lleve prendido el corazón de Huelva. Cuando la Divina Pastora en Cantillana haya pastoreado a su grey, cuando su pueblo haya sido asombro y pasmo primero, y delirio después, al contemplar la hermosura de su Virgen cuando le es retirado el sombrero.

A cuantos habéis tenido la caridad y la paciencia de leer estas, digamos, elucubraciones mías durante estos meses, os deseo un feliz verano.

Volveremos a encontrarnos cuando llegue septiembre.

jueves, 7 de julio de 2011

VOLVER A LOS DIECISÉIS


Cuando se acabó nuestra relación, esa tan especial, tan íntima, tan hermosa que yo tenía contigo desde hacía tantos años, a mis pies se derrumbó la tierra y me vi en caída libre precipitándome en un pozo que parecía no tener fondo. Me vi sin norte y con el rumbo perdido navegando en no sé qué océano de aguas tenebrosas, o caminando por un desconocido y siniestro desierto de oscuras arenas donde vagaba sin luz, esa luz que siempre me alumbraba y que de golpe se apagó para mí.

Hasta tu nombre desapareció de mi boca como engullido por la nada. Y no por despecho, si no porque inconscientemente había algo que me  impedía pronunciarlo. Cuando a veces de noche, en una especie de delirio entre sueños te nombraba, tu nombre se ahogaba en la almohada. Pero un eco lastimero me lo devolvía torturando mis sentidos.

Y lo más inexplicable es que después de tanto tiempo sin ti sigo sin saber la causa que nos separó. Supongo que las cosas de la vida, los celos, terceras personas… Tú ya sabes.
Encima, como mujer que eres, te aparecías ante mí más hermosa e inalcanzable y tu belleza me provocaba más desolación y hacía más incomprensible esta lejanía que nunca hubiera deseado.

Y ahora que, aun sin haber cicatrizado las heridas y  había aprendido a vivir con el dolor que tu ausencia me provocó, me has vuelto a llamar. Y tu llamada ha sido para mí como el repentino rayo de sol que se filtra súbitamente entre las nubes negras de la tormenta que  parece que fuera pasando. No te voy a engañar. He soñado tantas veces este momento que aunque lo estoy viviendo no me parece verdad. Me has devuelto a los dieciséis años cuando te encontré una tarde de verano. Todavía recuerdo hasta la ropa que llevabas puesta, blanca , con flores y mariposas brocadas, curiosamente el mismo vestido que llevabas el día que llegaste a Huelva por primera vez. Y estoy viviendo y reviviendo aquellos años en que me fuiste enamorando de tal manera que toda mi vida desde entonces giró alrededor de ti. Vinieron otros amores, pero jamás lograron vencer al tuyo.

Me veo con los libros bajo el brazo volviendo del instituto, loco por verte y con unas rosas en la mano que de camino cogía en las baldas de cualquier chalé del Conquero. Es como si poco a poco los recuerdos me fueran acercando a ti. Y es que tienes la habilidad de que con una sola mirada tuya se disipe todo el dolor pasado y se diluya como el humo.

Me conoces y sabes que el rencor no tiene nada que hacer conmigo, y no veo la hora de que llegue nuestro reencuentro. ¡Anda que no lo he imaginado veces! Pero espera unos días antes de acudir a tu llamada, no me impacientes más, por favor. Porque aunque no lo creas necesito tiempo para que tu nombre, vetado por respeto, vuelva a abrirse camino en mi boca. Aunque te parezca mentira, a estas alturas de mi vida tengo miedo de que mis manos no sean capaces de encontrar el camino de tus sienes, ni que puedan abarcar tu talle, fino y elegante, del que siempre presumía delante de mis amigos. ¿Y tu aroma? Tengo que volver a aspirarlo despacio, como la fragancia de una rara e irrepetible orquídea. Aguarda a que vuelva a acostumbrarme otra vez a acudir a nuestra cita diaria. Déjame que me acostumbre de nuevo a besar tus manos como hacía cada vez que nos encontrábamos. ¿Volveremos a estar en tu casa hasta altas horas de la madrugada, a media luz, hablándote de mis cosas?  No me pongas más nervioso, no me apremies.


Sin embargo, hay algo que sí te quiero pedir, no me ilusiones como aquella primera vez, como a un adolescente, y luego me vuelvas a dejar. No creo que lo resistiera. Si me vas a llamar de nuevo, que sea para siempre, hasta siempre que tú quieras…Y que nadie más que tú que seas quién lo decida.

Pero bueno, déjame vivir este momento de felicidad, permíteme que lo cuente a todo el mundo, que lo pregone a los cuatro vientos. Dios mío, ¿cómo podría explicar lo que estoy sintiendo? Aunque me quedara mudo todo el mundo adivinaría en mi mirada el gozo que ahora tengo. ¿Cómo me puedes causar tanta alegría? ¿Cómo eres capaz de despertar en mí tanta felicidad? ¿Cómo, si tu nombre es sinónimo de dolor? ¿Cómo, si te llamas Amargura…?